Evolución
Historia
Durante
milenios, el caballo no fue más que una pieza de caza para servir de alimento al hombre
prehistórico. Su velocidad de galope no permitía abatirle fácilmente con los medios
rudimentarios de entonces, pero más tarde la
astucia y las emboscadas preparadas por el hombre permitieron hacerse de las manadas de
caballos que caían bajo los certeros golpes de los cazadores. Después sobrevino un
período de calma, porque el hombre nómada se volvió sedentario, pastor y agricultor, y
el caballo, más libre, sufrió una transformación, y por razones inexplicables las
manadas disminuyeron, aunque las condiciones de vida debían haber mejorado.
En la edad de bronce el hombre se percató de que el caballo podría convertirse en un
elemento utilitario y no sólo como alimento. El caballo empezó a emplearse como
elemento de trabajo. En la historia de la humanidad, el caballo se convirtió en pieza
vital de una nueva era. Según todos los indicios, el caballo no tuvo su origen en Europa,
sino que fue importado de alguna apartada región oriental para su utilización
doméstica.
Todo apunta a que fue el autor ateniense Jenofonte, nacido en el año 440. A.C. en el
seno de una familia aristocrática y alumno predilecto de Sócrates quien escribió la
primera manifestación sobre el "arte ecuestre". No solo escribió acerca del
caballo, sino que extendió su estudio al jinete, a la caballería, y al mando de la
misma en su acción colectiva.
Es importante hacer notar que la caballería era el cuerpo militar predominante en los
ejércitos persas y griegos, e incluso entre las hordas bárbaras anteriores a nuestra
era. Todavía se montaba a pelo, pero ya se jugaba al Polo en Persia. En esta época
aparece el primer caballo famoso en la historia: "Bucéfalo", el caballo de
Alejandro Magno, cazado y domado por él. A lomos de este caballo Alejandro Magno
conquistó países colindantes con el mar Mediterráneo, el mar Negro y el Golfo Pérsico,
llegando desde Grecia hasta la India. Siempre a caballo.
Además del Polo, el deporte hípico se manifestó en forma de pugnas de carros de dos o
cuatro caballos, "bigas" o "cuádrigas" respectivamente, con lo que se
iniciaron ya competiciones con reglamentos y espíritu deportivo.
Más tarde, durante la dominación bizantina, Constantino consiguió poner en marcha un
ejército de caballería de aproximadamente 150.000 hombres perfectamente montados, y fue
entonces, cuando apareció la silla con estribos, y el hierro de la herradura sustituyó a
la defensa de cuero o hiposándalo.
Es la época
de los mercaderes de caballos que vendían ejemplares procedentes de los países bárbaros
del Norte, de Oriente y, también de Arabia. Finalmente, llegó la invasión de los
bárbaros de Atila.
Los hunos llegaron a Roma desde las orillas del mar Caspio, y los árabes llegarían a las
puertas de Poitiers en el año 732. Sin embargo, mucho antes, y también atravesando la
península Ibérica hasta llegar a Francia, los cartagineses de Asdrubal pasaron por
España, camino de Italia, con veinte mil caballos Libios, la raza más estimada en
aquellos tiempos en que el material equino era de una utilidad indiscutible y se le
exigían características determinadas y especiales.
A la muerte de Asdrubal, su cuñado Aníbal sacó de España con objeto de vencer a los
romanos, doce mil caballos con hombres y pertrechos. Esta caballería se acreditó en sus
marchas a través de los Pirineos y los Alpes, y esta vez los ejemplares eran
peninsulares. Gracias a ella Aníbal se apuntó las resonantes victorias en Tessino,
Trebia, Cannas y Trasimeno. La dominación cartaginesa hizo mucho en favor de la calidad
del caballo netamente español al introducir la sangre de los excelentes corceles
libaneses y berberiscos.
Pasamos a la Edad Media. La caballería Española, que estaba considerada como
"Escuela de Caballeros", los hijos de los grandes señores o caballeros de
alcurnia pasaban su infancia y adolescencia sometidos a una estrecha vigilancia y una
constante preparación. Primero bajo la tutela materna y luego bajo la de un preceptor, y
cuando apenas tenían diez años eran enviados a los castillos de otros señores a los que
servían directamente y de ellos aprendían el arte de ser caballeros. Empezaban por
llevar las armas y los escudos, y de ahí el nombre de "escuderos" que se les
daba. En los castillos recibían además instrucción literaria y musical, y aprendían
idiomas. Se forjaban pues, hombres y caballeros aptos para la guerra y también para la
vida palaciega y social de la época.
Cuando Urbano II fué nombrado Papa de la cristiandad, se convocó el Concilio de
Clermont. El Papa tenía la idea de unir a toda la cristiandad y para ello utilizó
recursos tales como hacer predicar a Pedro el Ermitaño, recién llegado de la Tierra
Santa ocupada por los Turcos. Al grito de "¡Dios lo quiere!", Francia dió el
primer paso en la unificación de los pueblos cristianos al movilizar un ejército
conjunto a base de caballería, que debía rescatar del turco las tierras palestinas.
Las Cruzadas duraron tres siglos, con suerte diversa, pero movilizaron a la caballería de
todos los países europeos, y muy especialmente a las de occidente. Ello obligó a la
repoblación equina y para ello se procuró por todos los medios traer sementales de
oriente, lo que sirvió para mejorar sin cesar las especies, particularmente en Francia,
en Italia y en Alemania, porque aunque los caballeros de
la época necesitaban para la guerra caballos pesados y potentes, también gustaban de
utilizar caballos elegantes, ligeros y rápidos para la caza, los torneos, las justas y
los juegos, así como para el tiro de vehículos de viaje.
Entre batalla
y batalla, o en épocas de paz se generalizó el empleo del corcel en torneos y juegos a
caballos, como una preparación para el tiempo de guerra. Con el tiempo, estos
entrenamientos para la guerra habrían de convertirse en el deporte hípico.
Torneos,
justas, lanzas y Cañas.
Las competiciones medievales acabaron rigiéndose por ciertas
reglas y normas. Cuando se dejaban de lado los reglamentos no se conseguían más que
accidentes, algunos de ellos mortales, lo cual no interesaba demasiado. El torneo fue la
disciplina que más se practicó durante la edad Media.
Su origen queda aun sin aclarar, aunque los alemanes se jactan de
haber sido sus inventores. También en Francia, Roma y Grecia se atribuyen sus inicios,
todos ellos oscuros. En la Eneida, Virgilio lo describe como práctica de los
antiguos troyanos. No obstante los torneos diferían mucho de un lugar a otro, y por lo
tanto puede aceptarse la idea de que cada país los organizó con rasgos diferentes,
siempre con la idea de realizar entrenamientos para la guerra, y que por lo tanto no cabe
hablar de plagio.
Más tarde se crearon "códices" para el desarrollo de
estas competiciones, y con ellos la unificación de criterios o coincidencias en su
práctica. Las reglas expuestas por el francés Geofrey de Preuilly fueron adoptadas
universalmente, y por tal motivo, a partir del siglo XIII se aceptó la posibilidad de que
éste fuera el fundador de esta práctica, o al menos que consiguió dar una idea exacta
de ella. Lo más caballeresco en los torneos es la presentación y boato con el que se
rodean.
La realidad era distinta, y casi siempre terminaba en sangre. Dos
grupos o equipos de caballeros acudían a la hora prevista ante las tribunas, repletas de
damas y caballeros, todos ellos luciendo sus mejores galas. Los dos bandos iban precedidos
de trompeteros, maceros con el capitán árbitro, pendones, escudos, criados, y
palafraneros, ataviados con sus mejores trajes y portadores del escudo de armas.
Terminado el desfile, ambos equipos se colocaban en la arena,
enfrentados, y a la señal del capitán-árbitro, armas en ristre se lanzaban unos contra
otros, en medio de los denuestos de los luchadores empeñados en desmontarse mutuamente.
Los que quedaban en pie seguían luchando con toda clase de armas. A medida que la pelea
se prolongaba, los ánimos se encrespaban y la "fiesta" terminaba a la hora de
la puesta del sol si con anterioridad no había quedado uno de los dos bandos como claro
vencedor.
Al pasar balance, el vencedor podía quedarse con la armas y el
caballo del derrotado, al que incluso podía exigir el pago de un rescate. Aparte del
botín recibía un delicado obsequio (casi siempre una joya) de la dama principal,
designada como "reina" del festejo.
Pero los torneos fueron degenerando en su práctica, pues hubo
momento en que se convirtieron en auténticas batallas, ya que a la pugna se unían
partidarios de los dos bandos contendientes. Muy cerca de Colonia, en el año 1240, en un
solo día murieron más de cincuenta caballeros.
Hasta principios del siglo XIV no hubo fiesta importante donde no
se celebrara un torneo y por tal causa la disciplina fue degenerando. Hubo caballeros que
formaron grupos profesionales con el fin de conseguir los botines y rescates asociados a
los torneos, movidos por el afán de lucro y exponiendo el mínimo.
Las justas eran unas manifestaciones totalmente distintas de los
torneos, pues consistía en un duelo entre dos caballeros, lanza en ristre y bien
acorazados, que se atacaban mutuamente de frente, consiguiendo el triunfo el que
consiguiera derribar a su oponente.
También estas tuvieron en ocasiones consecuencias trágicas, ya
que no pocas veces las lanzas atravesaban las armaduras, y esto, junto con la fuerza del
impacto, provocaba la muerte o por lo menos heridas graves entre los contendientes.
En las justas, para que la competición fuera más limpia e
incluso proteger a la cabalgadura, se llegó a deslindar los terrenos de uno y otro
contendiente con una valla de por medio. Más tarde aparecieron unos códices escritos
también por el francés Preuilly, y se llegó incluso a establecer la utilización de
escudo con el brazo izquierdo mientras habitualmente se enarbolaba la lanza con el
derecho.
Hay anécdotas, como la muerte del rey francés Enrique II,
esposo de Catalina de Médicis, que demuestran lo peligrosas que podían llegar a ser las
competiciones.
Vista la peligrosidad de algunas de estas gestas, se buscó otro
medio que permitiera la demostración de habilidad del caballero y ofreciese mayor
emoción. Había que convertir un duelo en un juego de competición, y así surgió la
idea de "romper lanzas".
En lugar de desmontar al contrincante con la lanza de combate,
tratóse entonces de romper la lanza, de madera y sin su contera de hierro. El juego
consistía en arremeterse como en las justas, pero al chocar la lanza con el escudo, el
"arma" se rompía. Podían romperse tres lanzas en cada actuación de una misma
pareja, y todo consistía en procurar que la lanza no resbalara en el escudo del
contrincante. De esta forma, las justas se convirtieron en juego de competición, con
cierto riesgo pero sin el peligro de las pruebas anteriores.
La justa tuvo en la rotura de lanzas su inclinación hacia lo
deportivo. Y análogamente los torneos lo tuvieron en" el juego de las cañas",
menos comprometida, y de consecuencias más leves.
En el juego de las cañas, se realizaban preparativos muy
parecidos en su boato al que precedía a los torneos. Era un juego español por
excelencia, que tuvo gran predicamento en las diversas cortes hispanas. Para practicar el
juego era preciso disponer de caballos muy bien domados y sus jinetes debían ser
sumamente hábiles y capaces de actuar sobre el corcel con gracia y soltura de
movimientos.
Este juego consistía en lanzarse las cañas unos a otros en
mutua acción de ataque, cañas que se debían desviar con la adarga sujeta en el brazo
izquierdo y en la que se lucía la divisa o sus colores.
Las Escuelas de entonces.
Fue en la época bizantina cuando aparecieron elementos tales
como la silla, la brida y las riendas. Sin olvidar que con la silla se crearon los
estribos que fueron de gran utilidad para los jinetes que tenían que buscar el máximo
equilibrio en su caballo, a consecuencia del peso que representaban sus armaduras y
escudos y las armas propias de la época.
Fue entonces cuando se empezaron a estudiar sistemas y técnicas,
y surgieron las escuelas "a la jineta" y "a la brida". La segunda
prevaleció sobre la primera pero esto no quiere decir que "la jineta" haya
quedado en desuso.
En los campos andaluces y salmantinos, en los cortijos o en el
rejoneo en las plazas de toros todavía esta vigente el estilo limpio, elegante y ardoroso
de la jineta. Precisamente en España y Portugal.
No obstante, las tácticas de combate, los juegos de guerra y el
peso de las armaduras generalizaron en toda Europa la llamada "Escuela de la
Brida", mientras que el sistema de montar "a la jineta", más apropiado
para los juegos de cañas y el toreo se afianzó en España y ahí sigue.
Para montar a la brida, se requiere un arnés cabecero que sujete
al caballo mediante la brida propiamente dicha, el freno o bocado y las riendas. La silla
carece de resaltes o salientes excesivos y los estribos han sufrido cambios en los
materiales utilizados.
Las guerra de Italia, en la época, iniciada por los Reyes
Católicos, fueron unas de las causas que acabaron por generalizar en España la escuela
de la brida, por cuanto el jinete tenía una mayor movilidad y libertad de acción, sin
las limitaciones que imponían los útiles aplicados al caballo más que el propio dominio
del jinete que lo montaba.
La permanencia en Italia de los soldados españoles, peleando con
enemigos cuya táctica guerrera era tan distinta de la que ellos habían practicado en
suelo español durante el largo periodo de la Reconquista, produjo sin duda una profunda
modificación en la manera de combatir a caballo, y por tanto en la utilización de este.
Fue pues en Italia donde la caballería española empezó a
amoldarse a los nuevos estilos, dejando el español para las competiciones y los juegos
clásicos. El método o sistema de monta a la jineta tenía y tiene una
característica muy especial, consistente en hacer correr, parar y girar el caballo
bruscamente pero con sujeción a determinados principios. El caballo tenía que revolverse
y marchar de uno a otro lado, incluso hacia atrás, con gran agilidad y presteza, y todo
ello mediante la ayuda de pies, piernas y rodillas así como de la mano izquierda.
El freno reviste en este caso una forma muy especial y exclusiva:
menos pesado y más corto que el de la brida. La silla asimismo, es un dato de preferente
atención. Es distinta a la de la brida, de hechura casi cuadrada, de mayor fortaleza y
con dos arzones prominentes, el de delante recto y el posterior alto también pero
ligeramente inclinado hacia atrás. No obstante el caballero en esta silla va
perfectamente encajado, sujeto y sin riesgo de descomponerse al ejecutar los movimientos
necesarios en los ejercicios correspondientes.
Los estribos también son distintos a la otra monta: los había
de dos clases, de "medio celemín" y de media luna, tanto para el combate como
para torear de hierro, mientras que para el campo el material empleado era la madera. El
pie, quedaba pues, perfectamente resguardado de los embites a los que había que oponerse,
especialmente de los cuernos de los toros. En la jineta se utilizaban asimismo diversas
espuelas, acicates diversos, de aguijón, pico de gorrión, etc. La posición del jinete
es distinta en una y otra monta.
Las Escuelas
de Equitación.
El conde de
Fiaschi fundó su particular escuela de equitación en el año 1539 en la ciudad Italiana
de Ferrara, y todo apunta a que fue la primera escuela de equitación de la que se tiene
noticia. Fiaschi también expuso sus conocimientos y sus experiencias vividas junto a los
caballos en diversos escritos. Tenía como fieles alumnos a Federico Grisone y Juan B.
Pignatelli, que le sucedieron en sus teorías y en sus prácticas, y más tarde en la
dirección en la dirección de su escuela que trasladaron a Nápoles. Entonces ya se
había conseguido crear la Escuela Italiana, a la que acudían los hijos de las mejores
familias francesas y alemanas, y esta fue la base de la creación de otras escuelas en
dichos países, en especial la francesa de La Broue y La Baume.
Pero
entretanto surgió una escuela que hizo historia y que se mantiene en nuestros días: la
clásica Alta Escuela Española de Viena. Fue creada en el año 1572 y sustituyó a un
famoso picadero cubierto austríaco. Fue en esta época el momento en que más se
escribió sobre la hípica y la equitación. Estas constituyeron, junto con el deporte o
arte de la esgrima y más tarde la gimnasia, los conceptos básicos de lo que había de
ser el deporte del mundo.
Cada país
realizaba sus estudios y fundaba sus escuelas de equitación. España también tuvo
maestros en las prácticas hípicas, y en muchos casos, los conocimientos y las bases
españolas sirvieron de iniciación a los escritos extranjeros.
Pero el país
que más preocupación demostró respecto a la monta fue Francia. A partir de 1600 buscaba
nuevas fórmulas y tal vez encontró el mejor sistema, basado en movimientos muy suaves.
Los franceses fueron depurando la técnica que entonces se consideró como el estilo
moderno y hoy aún prevalece.
Se crearon los
picadero-escuelas de Versalles y las Tullerías, y países como España, Portugal y
Alemania empezaron a seguir el ejemplo, creando escuelas con peculiaridades propias pero
bajo la influencia francesa. No obstante cada escuela publicaba libros en los que aunque
exponían realidades técnicas extranjeras, mantenían sus propios conceptos y defendían
sus convicciones clásicas.
Por lo tanto,
el siglo XVIII trajo consigo una preocupación y esmero en la preparación del caballo y
en los antiguos sistemas de doma, pues se buscó la cadencia de la marcha y la
flexibilidad en el manejo del corcel, y el movimiento de adorno hizo que surgiera la
verdadera doma del noble bruto.
Francia
siempre mantuvo la cabeza en los estudios ecuestres, con sus escuelas de Versalles, de
caballería ligera y la de Saumur, y empezó una nueva era: la militar exenta de
florituras para dar a la equitación una forma castrense.
De esta forma,
el panorama ecuestre hasta tal vez 1920 estaba dominado por el estamento militar. Los
jóvenes oficiales de la Escuela de Saumur se imponían por doquier hasta que se empezó a
despertar el interés entre la población civil. A partir del citado año 1920 los jinetes
civiles confirmaron su aparición en los concursos hípicos. La caballería en el
estamento militar tocaba a su fin con la aparición de la caballería motorizada, y ello
motivo el que la equitación terminase de orientarse deportivamente. Actualmente, aunque
existen militares que dominan el arte ecuestre, el elemento civil impone criterios propios
y a él le corresponde buena parte del resurgimiento competitivo en lo ecuestre.